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lunes, 12 de agosto de 2013

SU ÁNGEL DE LA GUARDA


 Os presento el segundo relato que escribí en mi vida, Su ángel de la guarda. Fue leído en antena por Alicia Sanchez en marzo de 1995, en su programa Cuento Contigo, de M80, y fue elegido el mejor de la semana. 
Mi primer premio literario fue un libro de Isabel Allende que conservo con mucho cariño: Cuentos de Eva Luna.
Hay una historia que debeis saber sobre este relato: estudiando en la universidad un amigo me pidió alguno de mis escritos para estar entretenido y no pensar en su exnovia, pues la ruptura era reciente y le dolía el corazón, pero cuando leyó este cuento se entristeció más. 
Al día siguiente, me dijo que la fecha en que escribí Su ángel de la guarda, cinco años antes, él empezó a salir con ella. 
Cómo acaba la historia de mi amigo lo dejo a vuestra imaginación, cómo acabará la vuestra cuando acabeis de leer sólo depende de vuestros sueños y pensamientos, porque a partir de aquí, todo es magia y fantasía... Cualquier cosa puede suceder.


Después de desear las buenas noches a sus padres y a sus hermanos, se dirigió hacia su habitación con la intención de rendir homenaje a Morfeo.
El día había sido agotador ¡Toda la mañana repasando temas estudiados días antes! Y por la tarde, el temible examen.
Octavio pensaba que le había salido bastante bien, pero las cuatro horas de duración de la prueba le pasaron factura. Su cabeza parecía querer estallar, de modo que lo primero que hizo al llegar a casa fue tomarse una aspirina.
Cuando se puso el pijama, se metió en la cama y apagó la luz. La oscuridad le envolvió. Al cerrar los ojos, algo le sobresaltó. En un gesto instintivo los volvió a abrir y miró a su alrededor ¡Nada! Todas las formas que se intuían en la oscuridad le eran familiares. Nada se salía de lo normal.
¡Acababa de tener una visión! Una mujer de unos veinticinco años se había colado en sus pensamientos ¡Era bellísima! El color pálido de su piel le daba un toque de fragilidad que la hacía más femenina. Su rubia y larga melena y el vestido de color nieve que cubría su cuerpo, eran agitados por una ligera brisa. Éso, unido a sus rosados labios, a su sonrisa, y a sus ojos azul celeste, le daba un cierto aire de misticismo.
Durante cinco segundos, había visto a la mujer más bonita que se pueda imaginar alguien.                            
En seguida, se arrepintió de haber abierto los ojos y volvió a esconderlos tras sus parpados. Ahora no veía más que tinieblas. Una mujer así no podía ser sino una princesa, una diosa o un hada que hubiera escapado de algún cuento, y no pudo resistirse a decir en voz alta lo que pensaba para sus adentros:
—¡Qué bella eres!
Una agradable sonrisa se dibujó en su rostro.
A los pocos minutos, el sueño le venció, y mientras dormía, sentía una seguridad que jamás había experimentado.
Y es que, aunque nadie podía verla, flotando sobre la cabecera de la cama, la esbelta dama velaba por Octavio.

Dalia pertenecía a una raza de hadas paralela a la de los Señores de la Noche, vulgarmente conocidos por los humanos como "vampiros". A pesar de su parentesco, eran dos razas enemigas. Mientras los vampiros eran criminales, esta raza de hadas vivía en armonía con todas las fuerzas del Cosmos.
Sólo había un inconveniente: como todas las hadas eran de sexo femenino, necesitaban buscar a sus compañeros entre los humanos y para poder unirse a ellos, debían morderles en el cuello (Como solían hacer los Señores de la Noche), pero nunca bebiendo más que un pequeño sorbo de sangre.
Dalia llevaba varios días observando al humano y se había enamorado de él. Sentía auténtica pasión por Octavio, mas las leyes de su clan prohibían llevarse a nadie que no lo desease, de modo que tenía que esperar para preparar a su amado. Sabía que el mordisco no iba a ser agradable para ninguno de los dos, pero era necesario.         
Al día siguiente, Octavio y unos cuantos amigos habían quedado para jugar un partido de fútbol. El día se presentó lluvioso, pero llevaban diez días preparando el encuentro y decidieron seguir adelante con sus planes. El encuentro debía celebrarse en un pueblo a unos quince kilómetros de León.
Durante el partido, Octavio no pudo quitarse de la cabeza la bella visión que había tenido la noche anterior y eso pareció darle alas ¡Jugó como nunca! Marcó tres goles e intervino en otros dos. Su rapidez y sus genialidades unidas al factor suerte dieron como fruto una victoria muy abultada: 6-1.
La insistente lluvia transformó el campo en un barrizal y hacia las siete de la tarde convinieron dar por terminado el amistoso y regresar a León.
Octavio iba sólo en su coche. Nada más entrar en su Ford Fiesta, la lluvia se intensificó. Estaba empapado y antes de poner el motor en marcha se secó con una toallita que siempre llevaba para casos de emergencia.
La carretera dejaba mucho que desear. El trazado era muy sinuoso. Las curvas se sucedían una tras otra y la lluvia hacía esta situación más peligrosa si cabe. El piso estaba excesivamente resbaladizo.
No había recorrido dos kilómetros cuando advirtió la presencia de un camión que se acercaba por el carril contrario con más velocidad de lo que era lógico ante aquella climatología dantesca. El camión parecía ir sin control y Octavio disminuyó la velocidad antes de llegar a una curva de izquierda en un intento de evitar una catástrofe. No hubo tiempo para más. El camión se pasó de frenada y se fue directo hacia el Ford del joven deportista.         
Cuando Octavio vio a menos de un metro el morro de aquel mastodonte supo que iba a morir.
El coche se convirtió en un amasijo de hierros que traspasaban su cuerpo por mil sitios ¡Todavía estaba vivo! ¡Aún le quedaban unos segundos de aliento!
Sintió que alguien acariciaba sus cabellos antes rubios, y ahora del inquietante color rojizo de la sabia que se le escapaba a borbotones por todo el cuerpo.
—¡Eres tú!
Dalia estaba llorando junto a él ¡Casi no había tiempo!
—¡Si vuelves conmigo a mi país te daré la vida eterna! ¡Juntos seremos felices! ¡Todavía estamos a tiempo!
Octavio susurró algo inaudible, mas Dalia pudo leer sus labios.
—Llévame contigo —eran las palabras mágicas.
Y sin perder el tiempo que les faltaba, Dalia hundió sus fauces en la yugular de Octavio. Después, sólo silencio.

La policía, los bomberos... ¡Todos quedaron perplejos! ¡Era imposible que nadie sobreviviera a un choque de esa magnitud!
¡Nadie vio salir a Octavio de la trampa mortal en la que se había convertido su Ford Fiesta y dentro del coche no había nadie!  
En el lugar donde debía yacer el cuerpo inerte del joven, sólo había sangre, un reloj y una flor de dalia.
Y es que el tiempo no existía en el país hacia el que volaban, ese país donde todo es posible, donde los sueños se hacen realidad y la palabra maldad no existe. Ese país se llama Fantasía y sólo lo podrás encontrar más allá de tu imaginación, y en él, Octavio y Dalia encontraron la felicidad, porque se tenían el uno al otro y ni la muerte podría separarlos ¡Por fin estaban juntos! ¡Eternamente juntos!

                                    2-3-1995  Jesús López Triguero                                      
                                      

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