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miércoles, 14 de agosto de 2013

Rosas ensangrentadas

Hay noches que están llenas de pasión, ese sentimiento a flor de piel que hiere hasta el pecho y quema sin consumir. En esas noches el arte aflora y sólo puedes dejar que tus sentidos te guíen donde te quieran llevar.
En una noche de esas, en cierta ocasión, salieron de mis dedos estos versos libres. 
En una noche como hoy, alguien me lo recordó.

¡Qué bella y dolorosa!
Dulce rosa ensangrentada por mi tinta corporal,
emanada del corazón y vertida sobre la flor
para teñirla de rojo pasión, y hacerme sufrir
el dolor de mis heridas, y observar
la belleza, y sentir
el elixir de su existencia, y gritar
mientras sus puas entran en mí.
Dolor, pasión, noches de rosas ensangrentadas,
de belleza suprema, de inspiración,
noches de talante bohemio,
de soledad incomprensible,
de corazones de fuego.
Noches de magia, noches
de rosas ensangrentadas.

Dedicado a Anna Jameson, una gran artista del mundo fotográfico. Ánimo. 
La noche es de los que tenemos sentimientos.


lunes, 12 de agosto de 2013

SU ÁNGEL DE LA GUARDA


 Os presento el segundo relato que escribí en mi vida, Su ángel de la guarda. Fue leído en antena por Alicia Sanchez en marzo de 1995, en su programa Cuento Contigo, de M80, y fue elegido el mejor de la semana. 
Mi primer premio literario fue un libro de Isabel Allende que conservo con mucho cariño: Cuentos de Eva Luna.
Hay una historia que debeis saber sobre este relato: estudiando en la universidad un amigo me pidió alguno de mis escritos para estar entretenido y no pensar en su exnovia, pues la ruptura era reciente y le dolía el corazón, pero cuando leyó este cuento se entristeció más. 
Al día siguiente, me dijo que la fecha en que escribí Su ángel de la guarda, cinco años antes, él empezó a salir con ella. 
Cómo acaba la historia de mi amigo lo dejo a vuestra imaginación, cómo acabará la vuestra cuando acabeis de leer sólo depende de vuestros sueños y pensamientos, porque a partir de aquí, todo es magia y fantasía... Cualquier cosa puede suceder.


Después de desear las buenas noches a sus padres y a sus hermanos, se dirigió hacia su habitación con la intención de rendir homenaje a Morfeo.
El día había sido agotador ¡Toda la mañana repasando temas estudiados días antes! Y por la tarde, el temible examen.
Octavio pensaba que le había salido bastante bien, pero las cuatro horas de duración de la prueba le pasaron factura. Su cabeza parecía querer estallar, de modo que lo primero que hizo al llegar a casa fue tomarse una aspirina.
Cuando se puso el pijama, se metió en la cama y apagó la luz. La oscuridad le envolvió. Al cerrar los ojos, algo le sobresaltó. En un gesto instintivo los volvió a abrir y miró a su alrededor ¡Nada! Todas las formas que se intuían en la oscuridad le eran familiares. Nada se salía de lo normal.
¡Acababa de tener una visión! Una mujer de unos veinticinco años se había colado en sus pensamientos ¡Era bellísima! El color pálido de su piel le daba un toque de fragilidad que la hacía más femenina. Su rubia y larga melena y el vestido de color nieve que cubría su cuerpo, eran agitados por una ligera brisa. Éso, unido a sus rosados labios, a su sonrisa, y a sus ojos azul celeste, le daba un cierto aire de misticismo.
Durante cinco segundos, había visto a la mujer más bonita que se pueda imaginar alguien.                            
En seguida, se arrepintió de haber abierto los ojos y volvió a esconderlos tras sus parpados. Ahora no veía más que tinieblas. Una mujer así no podía ser sino una princesa, una diosa o un hada que hubiera escapado de algún cuento, y no pudo resistirse a decir en voz alta lo que pensaba para sus adentros:
—¡Qué bella eres!
Una agradable sonrisa se dibujó en su rostro.
A los pocos minutos, el sueño le venció, y mientras dormía, sentía una seguridad que jamás había experimentado.
Y es que, aunque nadie podía verla, flotando sobre la cabecera de la cama, la esbelta dama velaba por Octavio.

Dalia pertenecía a una raza de hadas paralela a la de los Señores de la Noche, vulgarmente conocidos por los humanos como "vampiros". A pesar de su parentesco, eran dos razas enemigas. Mientras los vampiros eran criminales, esta raza de hadas vivía en armonía con todas las fuerzas del Cosmos.
Sólo había un inconveniente: como todas las hadas eran de sexo femenino, necesitaban buscar a sus compañeros entre los humanos y para poder unirse a ellos, debían morderles en el cuello (Como solían hacer los Señores de la Noche), pero nunca bebiendo más que un pequeño sorbo de sangre.
Dalia llevaba varios días observando al humano y se había enamorado de él. Sentía auténtica pasión por Octavio, mas las leyes de su clan prohibían llevarse a nadie que no lo desease, de modo que tenía que esperar para preparar a su amado. Sabía que el mordisco no iba a ser agradable para ninguno de los dos, pero era necesario.         
Al día siguiente, Octavio y unos cuantos amigos habían quedado para jugar un partido de fútbol. El día se presentó lluvioso, pero llevaban diez días preparando el encuentro y decidieron seguir adelante con sus planes. El encuentro debía celebrarse en un pueblo a unos quince kilómetros de León.
Durante el partido, Octavio no pudo quitarse de la cabeza la bella visión que había tenido la noche anterior y eso pareció darle alas ¡Jugó como nunca! Marcó tres goles e intervino en otros dos. Su rapidez y sus genialidades unidas al factor suerte dieron como fruto una victoria muy abultada: 6-1.
La insistente lluvia transformó el campo en un barrizal y hacia las siete de la tarde convinieron dar por terminado el amistoso y regresar a León.
Octavio iba sólo en su coche. Nada más entrar en su Ford Fiesta, la lluvia se intensificó. Estaba empapado y antes de poner el motor en marcha se secó con una toallita que siempre llevaba para casos de emergencia.
La carretera dejaba mucho que desear. El trazado era muy sinuoso. Las curvas se sucedían una tras otra y la lluvia hacía esta situación más peligrosa si cabe. El piso estaba excesivamente resbaladizo.
No había recorrido dos kilómetros cuando advirtió la presencia de un camión que se acercaba por el carril contrario con más velocidad de lo que era lógico ante aquella climatología dantesca. El camión parecía ir sin control y Octavio disminuyó la velocidad antes de llegar a una curva de izquierda en un intento de evitar una catástrofe. No hubo tiempo para más. El camión se pasó de frenada y se fue directo hacia el Ford del joven deportista.         
Cuando Octavio vio a menos de un metro el morro de aquel mastodonte supo que iba a morir.
El coche se convirtió en un amasijo de hierros que traspasaban su cuerpo por mil sitios ¡Todavía estaba vivo! ¡Aún le quedaban unos segundos de aliento!
Sintió que alguien acariciaba sus cabellos antes rubios, y ahora del inquietante color rojizo de la sabia que se le escapaba a borbotones por todo el cuerpo.
—¡Eres tú!
Dalia estaba llorando junto a él ¡Casi no había tiempo!
—¡Si vuelves conmigo a mi país te daré la vida eterna! ¡Juntos seremos felices! ¡Todavía estamos a tiempo!
Octavio susurró algo inaudible, mas Dalia pudo leer sus labios.
—Llévame contigo —eran las palabras mágicas.
Y sin perder el tiempo que les faltaba, Dalia hundió sus fauces en la yugular de Octavio. Después, sólo silencio.

La policía, los bomberos... ¡Todos quedaron perplejos! ¡Era imposible que nadie sobreviviera a un choque de esa magnitud!
¡Nadie vio salir a Octavio de la trampa mortal en la que se había convertido su Ford Fiesta y dentro del coche no había nadie!  
En el lugar donde debía yacer el cuerpo inerte del joven, sólo había sangre, un reloj y una flor de dalia.
Y es que el tiempo no existía en el país hacia el que volaban, ese país donde todo es posible, donde los sueños se hacen realidad y la palabra maldad no existe. Ese país se llama Fantasía y sólo lo podrás encontrar más allá de tu imaginación, y en él, Octavio y Dalia encontraron la felicidad, porque se tenían el uno al otro y ni la muerte podría separarlos ¡Por fin estaban juntos! ¡Eternamente juntos!

                                    2-3-1995  Jesús López Triguero                                      
                                      

domingo, 11 de agosto de 2013

CINE: La mejor oferta

De todos es sabido que el verano es el feudo de los efectos especiales en lo que a cine se refiere. Quizá porque la gente se va de vacaciones y a los productores les toca vender sus bodrios de alguna forma, así que, en la mayor parte de los casos, si queremos ver una película no nos queda más remedio que soportar dos horas de imágnenes de ordenador y primeros planos de batallas que, lejos de sorprender, levantan monumentales dolores de cabeza.

Sin embargo, entre tanta porquería sale de cuando en cuando un rara avis que no necesita de un ordenador para captar la atención del espectador y, entre las producciones hollywoodienses de presupuestos malgastados, nos encontramos algunas películas europeas con buenas trazas. En este caso, hablamos de una película italiana.

La mejor oferta de la actual cartelera la propone Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso) y convence. Toca la sensibilidad del espectador y, salvo algún error menor en el guión, consigue plasmar lo que desea con un juego fotográfico exquisito y una banda sonora muy correcta (Enio Morricone).
Geofrey Rush (El discurso del Rey) vuelve a estar maravilloso.

Quizá esta película no pase a la historia, como tantas otras de buena calidad, pero en estos tiempos en los que imperan el ordenador, los planos cortos y las cámaras lentas, lo más inteligente es abrirse a otras posibilidades para ver buen cine. Sólo así encontrareis La mejor oferta.

Le doy un 7,5 sobre 10.



PARA COMENTAR

Hola a todos.
Me han dicho varias personas que han puesto comentarios y no se han editado.
Al hilo de estos problemas he decidido hacer esta entrada explicativa:

Primero teneis que hacer click en comentarios (puede poner 4 comentarios, 6 comentarios, no hay comentarios, etc) Este botón está al final de cada publicación, a la derecha de Publicado por Jesús López Triguero.
Entonces se abre la ventana en la que debeis escribir. Una vez que ya habeis preparado el comentario, debeis fijaros en el desplegable que sale justo debajo: comentar como.
Ahí debeis elegir el nombre con el que vais a aparecer, ya sea con vuestras cuentas de google, LiveJournal, WorldPress, etc... Para los que no teneis cuentas en esas compañías, no quereis hacer una nueva, o simplemente no os apetece que se sepa quienes sois, podeis elegir la opción Anónimo (siempre podeis poner vuestro nombre en el comentario siempre que no os hagais pasar por otra persona).

Una vez hecho ésto sólo os queda clickear en publicar y aseguraros de que el mensaje ha quedado grabado.
Una medida de seguridad muy útil es copiar el mensaje (control+c) antes de publicarlo, de modo que si no queda en el foro, sólo teneis que pegarlo (control+v) para no escribir de nuevo.

Nada más. Sólo desearos que paseis un buen rato leyendo. Seguimos en contacto.

Cabo Passaro (Extracto del capítulo II de El Monje de Hierro)



[...] Observando su valor Gaztañeta habló a sus hombres:
—¡Mirad bien! ¡Esos son los hombres de don Miguel de Sada! ¡Esa es la sangre que corre por nuestras venas! ¡Están luchando por nosotros! ¡Están muriendo por nosotros! ¡Y a la menor oportunidad deberemos de corresponderles! ¡Que no se pague el valor con otra determinación diferente a la suya! ¡Que sepan de lo que somos capaces! —la escuadra inglesa ya se acercaba al San Felipe, el Real, mientras el Almirante Byng seguía luchando contra La Sorpresa. Gaztañeta continuó.
—¡Ahí vienen esos perros ingleses dispuestos a mandarnos al fondo del mar! ¡Pues bien! ¡Yo os digo que si es ese nuestro destino lo venderemos caro y antes de besar nosotros las aguas del Mediterráneo, besarán ellos el fuego de nuestros cañones! —enardecidos por la arenga del Capitán General los soldados gritaron presos de la emoción y de los nervios previos al combate. Dos navíos estaban casi encima. Por su calado diríase que tenían idéntica potencia de fuego que la capitana, exceptuando el detalle de que le doblaran en número.
—¡Preparad las andanas! —El primero entró por estribor—. ¡Aguantad a mi orden! —gritó de nuevo Gaztañeta.
Mientras tanto, el buque inglés soltó la primera descarga por la aleta. Las astillas saltaron por los aires y los primeros hombres comenzaron a gritar por sus heridas.
—¡Aguantad aún! —insistió Gaztañeta, esperando tenerlos completamente al costado— ¡Fuego! —gritó por fin.
El Real San Felipe golpeó de lleno al buque inglés que se vio obligado a bracear en facha provocando grandes daños en las velas debido a los golpes de viento por el lado contrario al natural.
En ese instante, el otro buque entraba por barlovento y esta vez la andanada fue mortífera para varios marineros, que saltaron por los aires mientras las astillas de la madera herían a otros tantos. Varias brizas se rompieron y la mesana recibió el impacto de dos balas que la partieron dejándola inútil. Al lado de ésta, Gaztañeta resultó ileso y permaneció inamovible, lo que enardeció a sus hombres al comprobar su firmeza estoica junto al palo alcanzado sin recibir daño alguno.
—¡Esperad de nuevo! —contuvo a sus hombres, aguardando el momento preciso para tener al buque inglés al costado y recibirlo con una selección de disparo mejor que provocara grandes daños.
—¡Fuego ahora! —el Real San Felipe respondió con idéntico resultado al del navío inglés, golpeando de lleno la mesana y rompiendo cabos de labor aparte de segar la vida de varios tripulantes.[...]

Hoy se cumple 295 años de la batalla de Cabo Passaro. Sirva este pasaje basado en hechos verídicos para recordar a nuestros compatriotas, antepasados que se desvivían para hacer realidad los deseos de los políticos de España. Entonces, como ahora, unos mandaban y otros sangraban... 
¡Va por vosotros!

miércoles, 7 de agosto de 2013

Recuerdos del Monje de Hierro... Extracto del Capítulo I: Caminando entre las sombras

Recorrió una vez más con su mente el valle del olvido, hermoso, mágico, místico. Cada roca gris, cada sonido; la corriente del agua que golpea a perpetuidad los cantos rodados que la obstaculizan, sin éxito, como prometeos encadenados por siempre, para siempre condenados a sufrir la lenta erosión de sus golpes.
 La vida en su entorno le daba un halo fantástico que contagiaba a toda la región. Desde el este, en el Pinar de Lillo, junto al macizo de Mampodre, donde cantaba el urogallo y nace el Porma, el otro río donde pasó parte de su vida y que tantas alegrías le proporcionó cuando jugaba en sus vegas; pasando por el Lago Presente y también por el Ausente, en los que bebían los osos y los lobos que cantaban su triste balada a la luna, hasta Riopinos y el puerto de Vegarada, en que la vio por vez primera, durante aquella fiesta de bienvenida a los pastores que venían de la Extremadura para que el ganado pastara durante los veranos frescos de la montaña leonesa. Ya estarían éstos de camino al sur con su ganado, antes de la llegada de los primeros fríos, mientras la gente canturreaba:
           Ya se van los pastores a la Extremadura,
            ya se queda la sierra triste y oscura [...]

Vista del Pinar de Lillo



[...] La vida en el valle se abría paso ajena a la realidad del hombre. El agua, abundante y rica como la comida, jugueteaba con la hierba fresca en su lento deslizar entre bucólicos riscos plagados de águilas que flotaban contra el viento. Allí, en Vegarada, comenzaba el Curueño su historia desde hace miles de años, cada instante, hacia el Val de Lugueros, hacia las tolibias y más allá.
 
El valle del olvido: Valdelugueros bajo las rocas del Bodón

lunes, 5 de agosto de 2013

Fotos de Glencoe

Estas son algunas de las que hice en la Semana Santa de 2010, cuando nació la idea de escribir esta novela histórica.
En este valle se desarrolla la mayor parte de la introducción de El Monje de Hierro.

Entrada a Glenetive, valle que se cruza con el del río Coe. Frente a la intersección de ambos se encuentra la Escalera del Diablo, vieja ruta militar que usaban las tropas para evitar el desfiladero de Glencoe.
El 13 de febrero de 1692 hacía un día bastante parecido al de las fotografías, salvo que la cantidad de nieve era infinitamente mayor.


 Vista del valle de Glencoe en un atardecer gélido.


En primer plano Buachaille Etive Beag, en la entrada alta al valle de Glencoe. A la derecha se aprecian las Three sisters. Aquí se han rodado películas como Rob Roy, Braveheart, Highlander (Los inmortales), alguna secuela de Harry Potter, Skyfall (la última de 007) y la Legión del Águila, entre otras.


En las fotografías de arriba y de abajo podeis ver los montes Three Sisters. En la parte derecha de la foto superior y en la izquierda de la inferior está la entrada al camino que lleva a la Hondonada de las Capturas.


domingo, 4 de agosto de 2013

Retrasos del progreso


              Al hilo de una historia que he vivido en primera persona he decidido hacer este inciso. Espero que os resulte refrescante y que os divierta tanto leerlo como a mí escribirlo...

No has salido de España y ya te ha quedado claro que tienes que tomar algunas precauciones en un viaje a África: no usar hielos porque no sabes de dónde habrán salido, no acariciar animales que puedan llevarse tu mano de recuerdo, no bañarte en sitios donde puedas llevarte puestas unas cuantas sanguijuelas o bichos que se te metan por el sitio que más quieres... Pero, antes de salir, sabes que debes vacunarte. 
Primero, tienes que ir al Centro de Vacunación Internacional, así que, como eres español y lo dejas todo para última hora, llamas para pedir cita un mes antes de viajar, y claro, te dan para veinticinco días después, es decir, cinco días antes de que te vayas. Has tenido suerte porque podrían haberte dado cita a la vuelta y ponerte las vacunas con carácter retroactivo, si es eso posible, en la administración autonómica, nunca se sabe.
               El caso es que has podido ir y sólo te han puesto una banderilla en cada brazo. La enfermera te ha dicho que pueden producir fiebre si te dan reacción, así que tendrás que rezar para que no te hagan efecto las dos vacunas a la vez, porque si son acumulativas puedes llegar a tener una fiebre de 43º o así. Pero hay que ser positivos, vas a tener suerte y ahora sólo te queda ir al médico de cabecera para que te recete las dichosas pastillas de malarone, que son las que te tienes que tomar para evitar que los mosquitos te transmitan el paludismo, la malaria, o como se llame.
Al parecer no hay ningún tipo de vacuna inventada para esta enfermedad. Supongo que será porque está en el tercer mundo y nadie del primero se lo ha tomado tan en serio como otras enfermedades, o porque ya vacunaron a los mosquitos europeos para que no la transmitieran, así que sólo han encontrado un remedio temporal para pasar las vacaciones, o quizá no es tan sencillo y se trata de una bacteria muy cabrona que muta constantemente porque se originó en algún planeta de la galaxia Andrómeda, pero no lo piensas mucho. Lo que importa es que te dan cita para un día antes de marcharte a África, y te tienes que tomar la primera pastilla ya, porque así funciona: se toma desde un día antes de irte hasta una semana después de volver. Como te vas diecinueve días, si contamos los otros ocho que conlleva el tratamiento, son veintisiete pastillitas de malarone que tienes que tomarte y que, para el que no lo sepa, suelen producir diarreas y dolores varios, lo que te hace pensar que los investigadores que lo fabricaron nunca han ido a África.
Digamos que hasta ahí bien. El médico te lo receta y te vas a la farmacia con la esperanza de dejar el tema resuelto en media hora, porque luego tienes que volver corriendo a la tienda, que ha llegado el nuevo cargamento de camisetas transpirables fosforito que se ha puesto de moda entre el colectivo de gays y lesbianas, además de algún despistado daltónico que sólo quiere una camiseta y le da igual que sea de color verde y magenta porque lo ve todo rojo.
Y entonces llega la triste realidad. Esperas cinco minutos a que la señora que está delante tuyo acabe de explicarle al farmacéutico que su familia tiene un amplio historial de juanetes y que siempre se habían curado con remedios de la abuela, que vete tú a saber de quien será la abuela, porque la tuya nunca te enseñó esas cosas.
—El siguiente —dice al fin el buen señor con una sonrisa condescendiente dibujada en el rostro.
                —Por fin —te dices a tí mismo desde lo más hondo.
Te acercas dos metros para darle las hojitas de las recetas del malarone mientras explicas sin saber muy bien porqué:
—Necesito tres cajas, que me voy a África de vacaciones a un safari con mis amigos.
                Te mira, mira las recetas, te vuelve a mirar, se va al almacén, vuelve con una cajita, le pone la etiqueta de una de las tres hojas, porque esa es otra, en vez de poner las tres recetas en la misma hoja, hay que gastar tres, porque son tres cajitas, aunque sea de lo mismo, da igual, eso no importa, tiene que ser una hoja por caja y tú tienes tres. Al fin te pregunta compungido el señor ese de blanco:
—¿Tres? 
—Sí, son tres. Una por hojita.
El farmacéutico mira bien las recetas y llega a la conclusión de que ya no tiene que volver a buscar las otras dos diciendo:
—Ah, no puedo darte las otras dos. Esta son 4,20 €.
—Pero ¿Cómo que no puede? —le preguntas sorprendido.
—Pues resulta que vienen en fechas diferentes las tres recetas, porque el sistema, que es muy listo —lo dice convencido—, da por hecho que no te puedes tomar tres cajas de malarone a la vez y, entonces, hay fechas consecutivas; es decir, que como tienes que tomarte una pastilla al día y cada caja lleva doce, el sistema ha puesto la fecha de la segunda caja dentro de doce días y la tercera dentro de veinticuatro, y como para dentro de doce días yo estaré de vacaciones, el sistema no me deja meter el código, así que no te la puedo vender.
Tú, con tu raciocinio de andar por casa, vamos, ese que te dice que mañana te vas a África, que pasas de chorradas y que quieres las pastillas para ya, le dices:
—Pero vamos a ver, si yo no las quiero comprar dentro de doce días, las quiero hoy, porque en doce días puedo estar sacando fotos o corriendo delante de un león; quiero comprarlas ahora, las tres juntas, porque mañana me voy ¿Qué problema hay?
—Pues que al estar de vacaciones durante las fechas de esas recetas no voy a tener la farmacia abierta y por lo tanto no puedo vendértelas. Si yo te las vendería... Pero el ordenador no me deja y...
Y tú, que eres comercial de toda la vida, que eres capaz de venderle a un sordo los grandes éxitos del Fari para que sienta las vibraciones del mueble bar cuando lo pone a todo volumen, sabes que la mayor parte de tu dinero va en lo que vendes y que no hay que dejar escapar a un cliente que viene a comprar, así que te preguntas si esa persona es tonta o si el tonto es el lumbrera que hizo el programa informático de la seguridad social y los servicios sanitarios públicos españoles, pero como es una tontería mayor discutir por éso, pagas la primera cajita y te vas a otra farmacia que queda a la misma distancia de tu casa que la otra, pero que te aleja del trabajo.
Caminas hacía la segunda farmacia sin comprender lo que ha sucedido, sería mejor olvidarlo, si puedes... Ya se lo explicarás a tu jefe, si puedes. En fín, que llegas a la farmacia.
Entras mirando el reloj porque has dejado solo en la tienda a tu jefe y tiene que ir a recoger a su hija de las clases de sumo y empiezas a ir mal de tiempo, así que tragas saliva cuando ves que hay siete antes que tú. Por fortuna, no son igual de pesados que la señora de los juanetes de la primera farmacia, así que pasados unos minutos llega tu turno y pides:
—Dos cajas de malarone, por favor.
Y una farmacéutica salerosa se va con las recetas al almacén, pero sólo vuelve con una cajita y te dice:
—Sólo te puedo dar la que pone aquí número tres, porque la número dos está en una fecha en que estaré de vacaciones y es que hoy es mi último día —y le echas una mirada furtiva, no al escote, no, sino de esas asesinas que sacan rayos por los ojos y fulminan, de mentiras eso sí, aunque duelen, pero como eres buena gente, acabas por utilizar tus armas de comercial para ganarte su favor diciendo:
—Por favor, por favor, por favor, que necesito la cajita de malarone, por favor, jope, si además a mi me da igual el orden de las cajas y lo que sea, si luego me van a sobrar pastillas, que son treinta y seis y sólo necesito veintisiete.
Y la chica te sonríe y dice:
—Lo siento, majo, pero como viene esa fecha yo no puedo venderla porque en el sistema… —y automáticamente desconectas, porque te das cuenta de lo estúpido que resulta depender de un ordenador que se supone que está para ayudar, no para enrevesar situaciones sencillas, y que todo se resolvería si al maldito primo del ministro que hizo el sistema informático de los cojones se le hubiera ocurrido poner algo tan simple como un apartado que ponga: fecha de venta, para que a los farmacéuticos de toda España no se les fundan los plomos mirando la pantallita dichosa haciendo perder el tiempo a un pobre turista que se quiere ir a África y que está acostumbrado a hacerlo todo deprisa y corriendo como todo dominguero que se precie, ejem.
El caso es que te sales de la farmacia con la segunda cajita y te planteas un instante:
—¿Me voy a trabajar o corro hasta la tercera farmacia, la que está algo más lejos? —optas por cerrar el tema lo antes posible y sales corriendo como el rayo, hasta el punto de cruzar un paso de cebra tan rápido que un coche casi te atropella porque no te ha visto venir, pero te da todo igual, porque si los chinos cruzan en bici a toda leche y nunca les atropellan, no vas a tener tú peor suerte. Así que sigues corriento mientras levantas una mano para pedir perdón y escuchas de fondo al señor del coche, que tiene el corazón en un puño todavía del susto que se ha llevado, gritando:
—¡Gilipollas! ¡Insensato! ¡Serás desgraciado!
Y cuando llegas a la tercera farmacia, está cerrada por vacaciones. Te parás un instante a respirar porque no puedes con la vida y dices para tus adentros:
—Si lo sé, no vengo.
Pero llegados a ese punto, ya sólo puedes seguir corriendo hacia una cuarta farmacia, la que queda a tomar por culo del trabajo, porque sabes que no puedes dejar que las máquinas ganen, que has visto Terminator y sabes como acaba; quieres tu malarone y lo quieres ya, porque mañana estarás en África y debes empezar el tratamiento, aunque sabes que tienes ya veinticuatro pastillas para tomar y las tres que te faltan para completar el tratamiento las puedes comprar a la vuelta, pero ya te has encabronado y sólo te preocupa empezar por la caja que te falta por comprar.
Corres y corres, como si te fuera la vida en ello, eres el Usain Bolt de Camisetas Cornejo S.L. y al fin llegas a la cuarta farmacia.
Entras, no hay clientes, estás sudando y con la respiración entrecortada por el esfuerzo, así que descansas unos segundos. Te acercas al mostrador donde se encuentra una chica joven, algo intimidada por tus jadeos, aunque con ganas de hablar con alguien después de una mañana aburrida y le preguntas:
—¿Cuándo has pedido las vacaciones?
Y la chica te mira, sorprendida, como si acabara de ver a un extraterrestre. Acto seguido, mira la cámara de seguridad a ver si encuentra algo que le indique que se trata de una broma de la televisión y al fin responde:
—¿Cómo? ¿Nos conocemos?
—Disculpa, es una historia difícil de explicar, quiero una cajita de malarone, por favor, y no me digas que no puedes vendérmelo porque ese día estás de vacaciones, que me da algo.
La farmacéutica, que no es la dueña, sólo trabaja allí, sabe lo ridículo que resulta el sistema, pero como va a cobrar a final de mes y tiene que defender lo que le da de comer, aunque no esté de acuerdo, vamos, igual que los políticos españoles cuando ejercen la disciplina de voto de su partido, simplemente hace lo de siempre, que es mirar la receta que te dio el médico.
—Iré a ver si me queda algo en la trastienda —te dice—, porque ayer ya vinieron dos a por lo mismo y no sé si me queda.
Entonces, sólo puedes rezar para que le quede una maldita cajita de malarone, porque como no tenga una vas a hacer una locura: vas a atracar la primera farmacia que encuentres de camino al trabajo para llevarte las pastillas y unos parches de nicotina.
La chica sale de la trastienda con una cajita en la mano. Respiras.
—Has tenido suerte —dice—, era la última —y no sabes si darle un beso en los morros o echarte a llorar de la emoción.
Pagas, abres la caja, sacas una pastilla y te la tomas ante la mirada estupefacta de la joven mientras dices con rabia:
—Sí, el hombre ha podido contra la máquina —y te vas corriendo victorioso al trabajo.
La chica queda en silencio, aturdida por lo que acaba de ver y cuando reacciona llama a su novio, que casualmente trabaja en la primera farmacia que visitaste y le dice:
—Carlos Miguel, no sabes lo que me acaba de suceder, o sea, desde luego, hay gente loquísima…
EPÍLOGO:
El esfuerzo que hiciste fue tal que tu respiración seguía entrecortada y el corazón latía con fuerza. Como tomaste la pastilla sin agua, se pegó a tu garganta, impidiendo que pudieras respirar correctamente, lo que provocó el ahogamiento que llevó al colpaso. Nada se pudo hacer por tu vida.
Por otro lado, eso te salvó del despido, porque tu jefe ya estaba dispuesto a echarte, y más después de que su mujer le llamara para ponerle a parir por no ir a buscar a la niña después de las clases de sumo. De esa discusión nació nueve meses después un bello divorcio que tuvo por padrinos a sus abogados.
Tú saliste quince años más tarde en la nueva versión de Mil Maneras de Morir. El título del episodio fue: muerte por receta médica.
Los sistemas informáticos siguieron funcionando fatal, porque como ni siquiera saliste en los periódicos y nunca nadie supo que tu muerte fue culpa del primo del ministro, aunque si alguien lo hubiera sabido habría dado igual porque se habría tapado, para seguir fielmente la tradición de que en España nunca pasa nada, todo siguió funcionando igual de mal. Eso sí, a los seis meses el Gobierno se gastó seis millones de euros para hacer otro programa que mejorara el anterior, con el dinero de los contribuyentes, por supuesto, entre los que no se encontraba el primo del ministro y la gente de su entorno, que tenían sus cuentas en Suiza. El nuevo sistema tampoco fue mucho mejor, porque lo hizo el cuñado del ministro del nuevo partido que estaba en el poder, y el dinero que costó contribuyó a una nueva recesión, de la que culparon a otros cuando el partido que gobernaba estuvo otra vez en la oposición.
Y, como dirían los hermanos Coen: ¿De ésto qué hemos aprendido? Yo no sé, yo no se... En fin, que así está España.